Así como muchos más reportajes sobre el Atlántida film festival de Filmin.
El amor, la RDA y Nina Hoss.
Christian Petzold (Oso de Plata al mejor director en la Berlinale 2012) dirige Bárbara,
situándonos en el verano de 1980, en la República Democrática Alemana,
un marco propicio en el cual el miedo se puede apoderar de los
personajes, definiendo historias que se cruzan en circunstancias
difíciles, sucumben a atracciones prohibidas y niegan los lazos que les
unen, porque ninguno es dueño de su propia libertad.
Bárbara, una doctora más que competente,
es castigada por solicitar una autorización que le permita marchar a
occidente. En respuesta a esta petición es enviada a un pueblo, viéndose
obligada a abandonar su status privilegiado en Berlín. Aún así no se
resigna y, junto a su amante Jöng, planea la huida, pero ese momento
parece no llegar y la espera los va transformando, algo que se muestra
mediante sutiles escenas de sus encuentros que consiguen intrigar al
espectador. Consciente de que ese piso, ese pueblo, ese estado es
temporal, Bárbara se muestra fría y distante con sus nuevos compañeros,
pero André, uno de sus colegas, depositará su confianza en ella, mas
allá de los limites profesionales, tras percibir en nuestra protagonista
una humanidad con los pacientes y un coraje como mujer. Bárbara y André
saben que viven en tiempos difíciles y que son víctimas de un pasado
que les ha marcado en exceso, comparten así secretos y silencios, se
convierten en cómplices sin proponérselo. En un mundo que les observa
lleno de suspicacia, se encuentran rodeados de policías y controles, y
son obligados a callar, aprendices del lenguaje entre líneas.
La opresión de la Alemania de finales de
los 70, es desbancada en esta ocasión con la luminosidad del campo, los
grises de los muros de Berlín suplidos por los verdes bosques y
paisajes campestres. No hacen falta símbolos que recuerden el miedo que
se vive en ese momento en el país, por lo que el director se centra
simplemente en contarnos la historia de las personas atrapadas en ese
sistema, en recrear la tristeza y las relaciones interpersonales dejando
un mensaje claro: el amor es posible. Lejos de juicios morales, se
ofrecen posibilidades a estos seres con oscuros secretos que se niegan a
ellos mismos porque es mucho más fácil mentir. La mentira, que es un
personaje más de la trama, teje un ovillo de desconfianza latente que
está presente en las calles, hogares y que se convierte en la losa que
hay que liberar para abrir el corazón y plantearse un futuro, tanto para
ellos como para el país. Nina Hoss lleva maravillosamente el peso de
este drama sutil, de pocas palabras, elegante y lleno de dilemas
morales, la actriz se inspiró para la creación de su personajes
escuchando a los cantautores alemanes Wolf Biermann y Franz Josef
Degenhardt, “Bárbara los escucharía” en sus propias palabras, y así crea
esta frágil criatura, cuya voluntad férrea se va desquebrajando poco a
poco, cuya angustia radica en la dualidad entre lo que quiere para sí
misma y el deber vocacional de su profesión, registros que podrían haber
sido más explotados gracias a la capacidad actuación de la protagonista
de La masai blanca. A tono con la película,
todas las interpretaciones son contenidas y meticulosas, no aptas para
todos los públicos, sobre todo para los que prefieren que se les muestre
sin insinuar y un mayor desarrollo de la acción en lugar del intimismo,
en cualquier caso uno se queda con las ganas de saber más sobre los
demás personajes, sobre esos vecinos chivatos, sobre la relación del
agente que controla a Bárbara con André, sobre el joven suicida, pero
todo eso queda en el aire, acrecentando esa lejanía a la que hacíamos
mención.
Así, aunque con un cuidado desarrollo,
debemos achacar a Petzold que use demasiadas subtramas saltando de una a
otra, en detrimento de la principal, mucho más interesante o su metraje
excesivo, con un ritmo lento, algo pesado, sin pulso, sin emoción, y
con una evolución tan pausada de los personajes, una obra en definitiva
que no termina de conseguir sus objetivos cuando podría haber sido una
historia deliciosa.