Vivíamos en un tiempo en el que
las visiones, los sueños premonitorios, las zarzas ardiendo o
simplemente serpientes hablando eran cosas habituales. Nadie se
sentía especial por ello. Pero la verdad, es que lo de la
inundación ni me lo esperaba.
El mundo no estaba peor de lo que
estaba hace 100 años, no había más muerte, o más
corrupción que entonces, y no pasábamos más
hambre o tristeza que nuestros antepasados. No éramos peores
que ellos, y merecíamos igualmente ser salvados.
Lo sé, siempre me lo decía
mi padre, debí haberme dedicado a la carpintería, como,
según decían el Mesías se dedicaría, pero
¿Qué esperaba? ¿Qué inventara los muebles de salón? Ya
teníamos overbooking de carpinteros! Todos querían ser
como el salvador! El hijo del creador.
Además siendo mujer no tenía
muchas opciones, por mucho que mi padre me dijera que casarme y tener
hijos no tenia futuro; ¿Pero que más podía hacer?
Ese era mi padre, otro iluminado de la
tribu de Joshue.
Claro, cuando comenzó a llover
todos tenían ideas visionarias.