La luz se proyecto a través del
cristal de la ventana como si de un prisma se tratase.
Sentí en el rostro los primeros
rayos del alba cálidos, y comencé a despertar,
tranquilo.
Toda la casa olía a café
recién hecho y como siempre, el desayuno estaba preparado.
Este maravilloso despertar se vio
alterado por el sentimiento de que todo el mundo había
cambiado.
Me dirigí a la ventana y así
era.
Y comencé a rezar a un Dios que
ni siquiera podía escucharme.