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martes, 3 de noviembre de 2020

[Críticas] Animales Nocturnos, de Tom Ford

Volviendo a los Animales Nocturnos “Heridos”



Animales Nocturnos escrita y dirigida por Tom Ford me golpeo con un mazo para acompañarme fuera de la sala de cine y no soltarme aún a día de hoy en mi memoria.



¿Pero conseguiría mantener el impacto 4 años después de su primer visionado? Ni yo era la misma persona, ni las circunstancias personales lo eran.


Libre y amoral, nos presenta la vida aparentemente perfecta de Susan (Amy Adams) que se siente fuera de lugar dentro de la sociedad adinerada a la que pertenece donde todos, incluida ella misma se esfuerzan en aparentar una felicidad que no es existe.


La película está bañada de una sordidez que desde el minuto uno y como declaración de intenciones marca Tom Ford al iniciar el film con unas mayorettes obesas bailando desnudas rompiendo todos los canones de lo establecido, dentro de la permorfance de la exposición de la que es comisaria Susan, como un apéndice de la ficción que es su propia vida. Ella, como marchante de arte de éxito se plantea internamente la mentira de su propia existencia, la ficción que vive rodeada de lujo y perfección consciente de que no puede sentirse infeliz pues tiene todo lo que siempre había querido.



Tom Ford que siendo arquitecto se especializó en diseño de interiores y acabó siendo director creativo en Gucci, sabe como jugar con el plano estético, y lejos de ser un intruso en el mundo del cine, su visión de la moda y la perfección, y los bajos fondos de esa industria lo han convertido en un cineasta con una visión cínica y poética que transmite dotando cada plano de una belleza envenenada, que no juzga, ni condena a sus personajes desde fuera, pues ellos mismo cargan su penitencia fingiendo ser otros viviendo con su  propia soledad y culpa.



Como arquitecto y diseñador ha creado basándose en la novela de Tony y Susan de Austin Wright posiblemente una de las venganzas más terribles vistas en el cine aprovechando el juego de metaficción que se integra en el relato a través de la novela que lee Susan escrita por su ex marido, y que mantendrá al espectador tan en vela como enganchada a su lectura tiene a Susan. Un relato lleno de sordidez y dolor basado en la experiencia que vivieron juntos como pareja.


El aséptico mundo de Susan se tambalea con esta venganza de papel que le recuerda como destrozo su primera relación por dejarse llevar por la vanidad que es una luz que ciega a un ciervo en medio de la carretera justo antes de ser atropellado, pues le hace recordar que siguiendo las convenciones sociales que se esperaban de ella, dejo escapar una posibilidad que tal vez la habría hecho feliz.



Tres líneas temporales se entrecruzan para hablarnos de la culpa frente a las decisiones que tomamos y como estas afectan a los demás: La pureza de la vida perfecta de la alta sociedad llena de colores neutros o brillos para ocultar lo corrompidos que están, los tonos cálidos del melodrama noir dentro de la novela escrita por el ex marido, destacando el dopplenganger de la metaficción que es Isla Fisher, actriz a la que han confundido con Adams en alguna ocasión y que es la protagonista del escrito y su alter ego, y por último los recuerdos borrosos de la juventud que la siguen persiguiendo.


Susan es castigada con la incertidumbre de aquel a quien desprecio en el pasado, pero Ford no la juzga en un acierto del film, simplemente paga con la misma medicina karmika a sus personajes que deben soportar el precio de las decisiones que toman.



Ha pasado el tiempo y aún no sé si en algún momento me repondré a ese final que he acabado completando con mis propias vivencias, o si volveré a ella cíclicamente para recordarme que tanto las decisiones que tomamos como las que no tienen consecuencias.




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