Un día Paula Bonet se canso de dibujar
chicas con los moflete rojos. Da igual que nosotros nos fuéramos un
día al Liceo Francés a buscarla con esa excusa. Fuimos por los bares de los
alrededores pues la teoría del amore era que la veríamos por allí
tomando unas cañas antes de la presentación de “813”.
Yo le preguntaba al amore, ¿ qué como
la iba a reconocer?, sabedora de que no tenía mucha idea de como era
la señorita Bonet.
El amore que tiene respuestas para todo
me dijo: “Será la que lleve los mofletes rojos”.
Pero no fue así. Llegamos al Liceo,
donde otras veces había ido a un pase de prensa, y gracias eso no me
perdi. Cuando entramos allí estaba ella. Su pelo rojo, flequillo,
vestida de negro y no sé porque, una tele al fondo donde la noticia
era algo de Obama.
Entonces me reconoció. Tengo que
confesar lo cansina que puedo llegar a ser a veces, pero la emoción
de entonces al reconocerme no me la quita nadie.
Estaba con la ¿editora? Y no, no nos
podía firmar el libro, pero lo hizo. Saco de su bolsillo que parecía
mágico como el de Doraemon el mejor rotulador de la historia, ese
con el que crea esos trazos e historias de chicas que lloran océanos,
y me dedico el libro, pues nosotros teníamos que salir corriendo a
la inauguración del Americana Film Fest.
Pero esto empezó antes, unos meses
antes, exactamente un 7 de febrero a primera hora de la mañana. Yo
ya había abierto mis regalos de cumpleaños y como una niña
absolutamente malcriada había torcido el morro y mirado lo que había
a mi alrededor y en ese momento pronuncie las palabras: “Y el libro
de la Bonet”?
Juro por lo más sagrado, por todos los
Dioses en los que creáis, que en ese mismo instante, en ese mismo
segundo llamaron al timbre.
Era el repartidor de Amazon con 813 de
Paula Bonet.
No me caí redonda de milagro, aunque
habría pensado que era una bajada de azúcar. Lo que si hice fue
sentirme feliz y afortunada porque ese es mi súper poder, el saber
exactamente cuando soy feliz.