No podemos pasar por el festival de
Sitges sin hablaros de una película perturbadora para mal. No
hablamos en el mal sentido, o mejor dicho, en el bueno, en el que
algo te perturba creándote un sensación de ansiedad, o de malestar
que te remueve por dentro. Hablamos de cuando algo te remueve sin
sentido ninguno y con vulgaridad. Eso si, “Tenemos la carne” no
va a dejar indiferente a ningún público y dudamos que funcione en
si misma, pero sobretodo que llegue a puntos más allá del circuito.
“Tenemos la carne” del mexicano
Emiliano Rocha, tiene en su haber el récord absoluto de huidas en la
sala de cine del festival. Tengo que deciros que yo soy muy reacia a
irme de una sala de cine. No solo porque has pagado una entrada y si
has elegido mal, sigues con las consecuencias y te aguantas en la proyección, si no porque quería ver hacia donde nos llevaba
ese autentico despropósito.
Eso es lo que nos deparaba la sala
Tramuntana llena a reventar a las 14,30 de un miércoles. Nadie sabia
que poco después la gente empezaría a salir por la puerta.
Lo simpático de la historia y aunque
no os lo creáis es que me pidieron el DNI antes de entrar en la
sala. Algo que no me pasaba desde hacia años, no voy a decir desde
los 18 pues siempre he aparentado poca edad, pero si es cierto que el
hecho de que me lo pidiera el seguridad de Sitges, el de siempre, el
hombrecito este que esta en la puerta del Auditori y nos regaña 25
veces al día por correr o por no hacer la fila bien o donde toca, era como poco curioso.
Cuando me pidió el DNI le dije que llevaba años yendo
al festival, pero interrumpio mi carrera en la entrada de la sala Tramuntana,
conocida sobretodo por la lucha encarnizada por ver la peli desde las
gradas.
Conocida también por: “vamos a
ponernos aquí que no pasa nada” y que al minuto lleguen los
voluntarios o el staff y nos eche de allí.
Allí estaba Emiliano Rocha,
presentando “Tenemos la carne” a un público que no sabía lo que
le esperaba. ¿Se estaría riendo de nosotros?
En la fila de entrada es una de esas en
las que pensamos: “¿nos quedamos a esta o vamos a la coreana?”,
y entonces es cuando te la juegas y apuestas por el cine mexicano.
Perdimos.
Pero, ¿Cómo no íbamos a ir a la
película en la que te pedían el DNI al entrar?, esto es Sitges
señores y hemos venido a jugar.
Rocha no es Cuarón, ni Reygadas, ni
Iñárritu... pero el morbo nos podía, aunque cuando acabo no
sabíamos que decir. Es cierto que la película no deja indiferente,
que es tremendamente potente a nivel visual, y que te deja con el
culo torcido, pero el hecho de transgredir por transgredir no tiene
demasiado sentido, o al menos eso pienso yo. Es cierto que una obra
en si puede ser simplemente eso, un conjunto de imágenes y sonidos
que pretenden crear una sensación en el espectador sin intención de
contar historia alguna.
“Tenemos la carne” somete al
espectador a una vejaciones que no sé si quiere ver, pero que una
vez se ha puesto delante de la pantalla se ve obligado a ello:
necrofilia, asesinatos, incesto, violaciones, drogas, canibalismo,
violencia extrema.. en un útero donde un indigente a modo de sucio e
impertinente guru grita groserías a una pareja mientras se pasea
desnudo por la pantalla.
Un señor ultra violento que se
encierra a ver pornografía y a masturbarse delante de nosotros. Una
autentica suciedad.
¿Ese es el lado oscuro del ser humano
o del mundo que queremos explorar? Que existe lo sabemos y que es
inevitable también. No sé si es una película necesaria, pero al
menos es lo que quería contar su director, aunque solo sea por el
hecho de saltarse las normas y de transgredir. Que consiga provocar
gracias a despertar sensaciones malsanas en el público asistente, es cierto, como lo es que argumentalmente no haya nada. Es solo como mirar un cuadro
horrendo y esperar a ver que te provoca, porque en realidad el
discurso es bastante vacío, y si lo hay, no lo entendemos.
Es como la travesura, la picardia de un
niño grande sabedor de que “nos la ha colado”, erigiéndose como
enfant terrible del cine mexicano.
El personaje de Mariano, interpretado
por Noé Hernández es una suerte de mendigo guru sexual que grita
sus monólogos sobre la condición humana, en un útero
claustrofobia, alejado del erotismo y volcándose en lo carnal sin
sentido ninguno.
Retenidos por este guru, vemos a dos hermanos que buscan cobijo en
un “edificio” en un escenario extraño que no logramos ubicar,
todo esta destruido y sucio y no sabemos que ha ocurrido en ese
mundo. Lo peor esta por llegar cuando este chaman que es peor que el
marques de Sade les ofrece absolutamente todos los pecados. Nada
tiene sentido. La música mezcla de clásica y hits de los 70 te
ensordecen, y las imágenes pretenden ser el Lynch más enloquecido
lleno hasta arriba de alguna sustancia psicotropica.
No soy yo, no somos nosotros. El público de guerrilla, como llamo
yo a Sitges aguanta bastante, y sabemos que alguna provocación se
debe colar. Pero no es lo mismo rareza, que el “que me estas
contando” generalizado.