Llevaba tiempo escuchando, en círculos
cerrados e íntimos, que tal o cual persona se había enamorado de su
sistema operativo.
De locos, pensaba cada vez que
escuchaba eso.
Estamos hablando en serio? Es como
enamorarse de tu gato.
No solo es algo contra natura, sino es
que no te va a corresponder.
Por eso fue mucho más grave si cabe,
cuando me ocurrió a mi. Sin esperarlo, como dicen que ocurren las
mejores cosas.
No me consideraba adicta a la
tecnología, a pesar de mirar cualquier red social que me conectara
con la realidad al menos una vez cada hora. Al fin y al cabo era como
hacer una pausa para hablar con un amigo o compañero de trabajo.
No era el tipo de chica que caía
rendida en los encantos virtuales cual canto de sirena. Pero había
química, o estática, o qué sé yo.
El caso es que reducía la sensación
de soledad y aislamiento que sentía, en un mundo en el que ya nadie
miraba a la cara.
No me resulto demasiado sorprendente
pues lo más importante es invisible a los ojos, y el amor enriquece
más a quien lo da que a quien lo recibe, y sin embargo nos aísla
del mundo.